Ir al contenido principal

Cuando ser padre agobia


TU HIJO. TU ESPEJO (MARTA ALICIA CHAVEZ. ED GRIJALBO)
Cuando ser padre agobia

Copiado por Solecilla en Dormir sin llorar.


Creo que es importante estar atentas a este tipo de sentimientos ya que a partir de su reconocimiento podemos trabajarlos, y seguir afianzando la relación que tenemos con nuestros hijos. Nuestros sentimientos son muy importantes, no les demos de lado.

------------------------------------------------------------------------------------------------

«Mis hijos me pesan tanto que algunos días, a escondidas, siento deseos de huir. Si me quedo no es para cumplir con mi deber sino porque sé que una vez que me haya ido no aprovecharé mi libertad, no encontraré esa indiferencia que tanto deseo. Sé, por experiencia, que no descansaría hasta saberlos en paz, responsables de sí mismos, felices si es posible.»

Valiente mujer al atreverse a escribir algo así y mostrar abiertamente un sentimiento que en algún momento de nuestra vida todos los padres experimentamos.


Decía una amiga, abrumada con su bebé de 9 meses y su hija de 4 años: «Ay, Martha, cómo me gustaría que ya fueran grandes y estuvieran casados». Es cierto que ésta es una anécdota curiosa que puede provocar risa. Sin embargo, cuando la cuento en público no son las risas, sino las múltiples reacciones de asombro y desaprobación hacia esa madre agobiada las que me sorprenden: « qué mala!», «pobres niños!», «;Qué bárbara!». Si somos honestos, todos algún día hemos deseado que llegue ese momento, añorado por mi amiga, en que nuestra responsabilidad directa como padres termine.


A veces tenemos ganas de que nuestros hijos desaparezcan por un rato para, por supuesto, luego recuperar los, porque no hay duda de que los amamos, no hay duda de que queremos cumplir con nuestra responsabilidad como padres. Deseamos estar a su lado y compartir nuestra vida con ellos, pero esa otra parte, ese sentimiento secreto que brota en ciertos momentos, es también real.

¡Ah, si los padres habláramos de esto entre nosotros; si nos atreviéramos a expresar ante nuestros amigos esa sensación cuando estamos abrumados! Si nos atreviéramos por lo menos a confesárnoslo a nosotros mismos, qué rápido pasaría, ¡qué rápido podríamos sentirnos de nuevo serenos y en paz! ¿Y por qué no lo hacemos? Porque el solo hecho de reconocerlo nos hace sentir malos, culpables y avergonzados, y además silo expresamos en público somos criticados y juzga dos; ésa es la realidad. Aun cuando cada uno de los padres que escucha una confesión como ésta ha sentido lo mismo alguna o muchas veces, no se atreverá a aliarse al desnaturalizado padre que lo está expresando, por miedo a ese duro juicio que se emitirá sobre él también. Ojalá los padres fuéramos más compasivos los unos con los otros.

En general, los sentimientos de agobio de la madre tienen que ver con sus funciones —desde cuidarlos, ayudarlos con los deberes, atenderlos, hasta cocinar para ellos, limpiar, lavar, etc.—, mientras que para el padre están relacionados con su función de proveedor.

He tenido en mí consultorio una buena cantidad de madres y padres que me expresan su frustración, su desilusión y a veces su resentimiento, por que se sienten usa dos por sus hijos. Las madres se sienten tratadas como sirvientas y los padres como proveedores, y afirman que sus hijos lo único que quieren de ellos es que cumplan lo mejor posible esa función.

En una ocasión, un padre me confesó avergonzado que frecuentemente, en secreto, hacía cuentas de todo el dinero que le quedaría disponible para él si no tuviera que pagar escuelas, comida, ropa, etc., para sus hijos. Al mismo tiempo decía: «Me siento culpable de pensar eso, porque tengo la certeza de que sí quiero hacerlo, en ver dad quiero mantenerlos, con todo mi corazón lo deseo, porque los quiero mucho».


Y es cierto, el hecho de que la responsabilidad a ratos nos pese no significa que no deseemos cumplirla; éste es uno de esos aspectos de la vida donde dos cosas que parecen contradictorias coexisten, se tocan, se juntan y ambas son verdaderas.


Pero ¿qué sentido tendría poder hablar de estos sentimientos secretos sin sentirnos juzgados?, o ¿para qué reconocerlo ante ti mismo si quizá te produzca culpa y vergüenza? La respuesta es así de simple: cuando por mucho tiempo hemos negado y reprimido algún sentimiento, éste va a buscar formas alternas de salir; así son los sentimientos —recuerda que no querer verlos no significa que se vayan—, y entonces desarrollamos ciertos rasgos, como una preocupación extrema por el bienestar de los hijos o un importante y limitante miedo a que les pase algo.

Si bien es normal que los padres nos preocupemos en cierta medida por el bienestar de nuestros hijos, no lo es cuando esa preocupación llega a grados en los que, por ejemplo, no les permitimos salir por el miedo a que algo les pase, o no podemos dormir mientras están fuera de casa o vivimos en una constante angustia por todas las cosas terribles que les podrían pasar. Si le ponemos palabras a esa dinámica inconsciente, diríamos: «No vaya a ser que la vida me tome la palabra y me los quite».

Julia era madre de tres adolescentes, su preocupación alcanzaba tales cotas que cuando sus hijos salían de noche, ella entraba en una verdadera crisis de angustia que desaparecía por arte de magia en cuanto regresaban. Cuando Julia llegó a mi consulta ya empezaba a presentar esa angustia durante el día, ante hechos tan simples como que los chicos asistieran a la escuela; así, necesitaba que ellos la llamaran al llegar, o que estuvieran en permanente contacto desde el lugar donde anduvieran para saber que estaban bien. Los hijos, por supuesto, se sentían abrumados por la preocupación de la madre y ella no podía controlarla.
Cuando cuestioné a Julia respecto a cómo estaba sintiéndose en esos momentos de su vida con su papel de madre, ella contestó rápidamente de la forma en que lo hacen todas las «buenas madres»: «Muy bien, los quiero muchísimo, ellos son lo más importante para mí». Al es cuchar mi hipótesis de que su gran preocupación se debia a que estaba sintiendo rechazo por ellos o en ese momento de su vida estaba cansada y agobiada por ser madre de tres adolescentes, tarea nada fácil, reaccionó justo como reaccionan las «buenas madres»: «Por supuesto que no, Martha, yo los quiero muchísimo, ¿cómo voy a sentir rechazo hacia ellos?».

Dentro de su proceso terapéutico, llegó el momento en que Julia reconoció sus sentimientos y confesó que, con todo su amor por ellos, a veces pensaba que viviria más cómoda y tranquila si no hubiera tenido hijos y que veía con cierta envidia a su hermana soltera que viajaba con frecuencia. Cuando pudo reconocer, tocar, trabajar y reconciliarse con la parte de ella que guardaba Esos sentimientos secretos y vergonzosos, su extrema preocupación disminuyó de manera sorprendente: podía dormir tranquila cuando sus hijos salían, dejó de necesitar que la llamaran constantemente para saber que estaban bien y la angustia desapareció.

Así de maravillosa es la verdad, así de sorprendente es el cambio de sentimientos y comportamientos que podemos experimentar cuando la reconocemos. «la verdad os hará libres!» y reconocerla no significa que haya que gritarla a los cuatro vientos para que el mundo se entere; reconocerla significa que la expresas para ti mismo, es una autoconfesión y sólo si lo deseas la puedes compartir con otro ser humano.


Sin embargo, a veces no basta con reconocer estos sentimientos y es necesario un proceso más largo y pro fundo para resolverlo; en otras ocasiones hay un componente orgánico en esta clase de angustia y es necesario recibir medicación. Lo que sí aseguro es que reconocer tus sentimientos de agobio ante tus hijos, en los momentos en que los sientes, te abre la puerta a la solución. Si lo de seas, trabaja con lo que te propongo en el capítulo 12 para sanar estos miedos.

Ahora soy madre de dos veinteañeros y durante toda su adolescencia, tal como ahora, he intentado ser muy consciente de esos momentos en que me siento especial mente preocupada por ellos, En cuanto empiezo a notar esos sentimientos en mí, de inmediato me exploro a mí misma y me doy cuenta de que estoy en una de esas etapas en que me siento abrumada por la responsabilidad de ser su madre; lo reconozco sin juzgarme, con compasión y respeto hacia mí misma, me digo cosas como: «Te entiendo, no es para menos, estos días has tenido muchas presiones, has estado trabajando mucho, además estás triste por tal cosa o estás pasando un fuerte síndrome premenstrual o simplemente no estás de humor».

Algunas veces decido hablarlo con una de mis queridas amigas que me comprende y me escucha sin someterme a juicio. Sea como sea, siempre me sorprende lo rápido que recupero la tranquilidad y la confianza en la vida bondadosa y en la Divinidad que protege a mis hijos dondequiera que van. Lo cierto es que los amo y, sin duda, quiero estar con ellos.

Comentarios

  1. Y si se fuera el marido también y tú pudieras quedarte una horita en la bañera y volvieran con algo de chocolatito negro...

    Ejem... ¿quien ha dicho eso? ;-)
    -------------------------------------------


    Gracias de nuevo por tu trabajo.

    ResponderEliminar
  2. Jajaja!!! además que no engorda nada de nada el chocolate negro, doble placer ;) .

    Yo sólo corto y pego, chuliña, pero lo hago encantada :)

    ResponderEliminar
  3. Hola!!

    En realidad me parecen super importantes todos los temas que tratas de verdad gracias por esta información tan interesante, estoy tratando de cambiar para poder colocarla en práctica con mi bb sinceramente estaba cometiendo errores por aceptar consejos de personas mal informada... Pero hara tengo muchos argumentos para seguir por el buen camino

    Con Cariño

    Greyse

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias por tu comentario Greyse. El buen camino será aquel que traces a través del cariño, de escuchar a tu bebé y a ti misma cada día. Y seguiremos cometiendo errores, que para eso somos humanos, pero sabiendo que aprendemos de ellos.

    Un gran abrazo,

    ResponderEliminar
  5. Yo no tengo reparo en decirlo, ni gente que me comprenda, buaa. Mi madre, que está lejos, se asusta cuando digo que estoy harta de niño y eso que mi madre nos dejó a cargo de nuestra abuela 2 años, cuando emigró. Algo més de comprensión podría tener, pero no. Recientemente una conocida me dijo, al verme cansada, de mal humor y diciendo que estaba harta de niño y de estar entre cuatro paredes por el niño, que me podría ayudar un psicólogo, entonces el bebé estaba enfermo y yo más por no poder descansar. Le contesté que sí, que podría ayudarme sin duda si cuidaba del niño por las tardes y por las noches, y así yo podía reposar y restablecerme. Menuda estúpida.

    Sabina

    ResponderEliminar
  6. Hola.
    Soy padre de dos pequeños de cuatro y dos años, y mi problema es similar pero con algunas diferencias;
    Siempre mantuve que no tendría hijos, que era una lástima traer niños a este mundo tan sucio y egoista. Accedí a tener un hijo, y después otro con mi chica sólo por complacerla a ella. Creo que nunca llegué a desearlos.
    Ahora que los tengo los amo con locura y el simple pensamiento de separarme de ellos me angustia, pero la realidad es que constantemente siento ganas de abandonar a mi familia; siento que mi vida sería más fácil sin los pequeños, y no dejo de arrepentirme de haber accedido a tenerlos. Tengo un sentimiento de culpa terrible por pensar esto, pero no puedo quitármelo de la cabeza. a veces soy incapaz de atenderlos, y me irrito con facilidad ante sus pequeñas exigencias. Como todos los niños, son muy insistentes, y carezco de la paciencia necesaria. Más aún ahora, cuando estos pensamientos me asaltan a menudo.
    Creo que necesito ayuda, pero tengo miedo de enfrentarme a la realidad.
    De verdad lucho por asumir mi responsabilidad, pero es muy dificil para mí.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Frederick

Estoy preparando un cuenta cuentos sobre Frederick, ese libro de Leo Lionni tan sugerente y que tira por tierra la fábula de la cigarra y la hormiga, que siempre me había parecido algo cruel, jejejeje. Aquí, Frederick, que parece que se escaquea durante los duros preparativos del invierno, resulta que está haciendo otras cosas que serán de utilidad también para alimentar el alma. Como forma parte de los cuenta blogs de la biblioteca del cole de mis hijos, la idea es contar el cuento y después hacer alguna actividad, que de una forma u otra podamos contar en el blog de la biblio . Así que realizaremos ratones (quizás se conviertan en "originales" puntos de libro, o marionetas...) mientras recojo qué les ha parecido el cuento, su visión del mismo. Como serán niños de primero, quizás esa recogida la realice ya por escrito, aunque seguiré llevando mi super grabadora, que les encanta hablar por ella.  Como siempre, me lanzo a la red a buscar información, ideas para real

¿Qué pasa cuando los niños crecen?

Imagen mía tomada en una tienda Vintage en el Barrio de las letras de Madrid. Hace unos días, leía esta estupenda entrada de Armando Bastida en Bebés y más: Cuando a lo de criar con apego le llega la fecha de caducidad . Hacía tiempo que me rondaba una entrada sobre el tema porque es verdad que a partir de cierta edad nos parece ya que "todo vale", y justo es cuando empieza la etapa de educar. Su entrada es muy completa y profunda. No voy a poder hablar de todos los temas que él aborda, así que a ver si me centro ;) Para educar, hace falta Ser.  Creo que para Educar hace falta Ser. Parece que la frase es de Quino y el otro día vi una imagen muy chula que quería que ilustrase esta entrada, pero me estoy volviendo loca y no la encuentro (edito, que la he encontrado!). Durante el embarazo y la crianza tenemos una etapa perfecta para crecer, por nosotras, porque la vida es un crecimiento constante. Pero están ellos también. Tratamos de no repetir ciertos patro

A la caza del cole

En breve se abre el periodo de preinscripción en colegios públicos y concertados y como acada año, muchos padres y madres se ven en la difícil tesitura de elegir, en función de criterios muy personales, cuál es el colegio donde les gustaría que sus hijos recibieran la educación formal. Es un tema candente cada año, pero éste, en el que por fin me siento a gusto con el colegio donde están mis hijos, me está haciendo reflexionar. En el debate, muchas personas opinan que lo mejor es un centro cercano a casa, que cualquiera es bueno, que el colegio no es determinante de cómo será nuestro hijo, porque lo fundamental será la educación que le demos en casa. Y no seré yo quien esté en contra de esa opinión, todo lo contrario, la búsqueda de un colegio que nos parezca coherente con nuestra forma de ver la educación no lleva asociada una cesión de funciones educativas. Pero como loca buscacoles, he estado revisando mis andanzas estos días. Se remontan al año 2008, cuando mi hija iba a en